Vida Zhang
El suicidio es un grave problema de salud pública, pero se puede evitar con tratamientos oportunos, basados en evidencia y, con frecuencia, de bajo costo. Se requiere una estrategia integral de prevención del suicidio multiespectral para brindar respuestas nacionales eficaces. Si bien el vínculo entre el suicidio y los trastornos mentales (en particular, la depresión y el alcoholismo) está bien establecido en los países de altos ingresos, muchos suicidios ocurren impulsivamente en tiempos de crisis, como resultado de un deterioro en la capacidad de la persona para enfrentar las tensiones de la vida, como dificultades financieras, rupturas de relaciones o dolor y enfermedad crónicos. La conducta suicida también está estrechamente vinculada con el conflicto, la tragedia, la violencia, el abuso o la pérdida, así como con una sensación de soledad. Las tasas de suicidio también son altas entre los grupos discriminados, como los refugiados y los migrantes, los pueblos indígenas, las personas lesbianas, homosexuales, bisexuales, transgénero e intersexuales (LGBTI) y los convictos. Un intento de suicidio previo es, con mucho, el factor de riesgo más poderoso para el suicidio. Cada año, 703 000 personas se suicidan, y muchas más intentan hacerlo. Cada suicidio es una tragedia que afecta a familias, pueblos y países enteros, además de a las personas que quedan atrás [1]. El suicidio en menores de cinco años es difícil de encontrar. La mayor parte de la literatura (incluida esta mini reseña) sobre el suicidio en adolescentes se refiere a niños en edad escolar (7 a 12 años) y adolescentes (13 a 20 años). Estos jóvenes son, por naturaleza, propensos a sufrir problemas de salud mental, especialmente durante los años de la adolescencia.