El agua superficial es agua en la superficie del planeta, como en un arroyo, río, lago, humedal u océano. Se puede contrastar con el agua subterránea y el agua atmosférica. Las aguas superficiales no salinas se reponen mediante precipitaciones y reclutamiento de aguas subterráneas. Se pierde por evaporación, filtración en el suelo donde se convierte en agua subterránea, utilizada por las plantas para la transpiración, extraída por la humanidad para la agricultura, la vida, la industria, etc. o se descarga al mar donde se vuelve salina. Las aguas superficiales y subterráneas son dos entidades separadas, por lo que deben considerarse como tales. Sin embargo, existe una necesidad cada vez mayor de gestionar ambos, ya que forman parte de un sistema interrelacionado que es primordial cuando la demanda de agua supera el suministro disponible. El agotamiento de las fuentes de agua superficiales y subterráneas para consumo público (incluido el industrial, comercial y residencial) se debe al bombeo excesivo. Se sabe que los acuíferos cercanos a los sistemas fluviales que están sobrebombeados también agotan las fuentes de agua superficial. Se han encontrado investigaciones que respaldan esto en numerosos presupuestos de agua para una multitud de ciudades. Los tiempos de respuesta de un acuífero son largos. Sin embargo, una prohibición total del uso de aguas subterráneas durante las recesiones hídricas permitiría que las aguas superficiales retuvieran mejor los niveles necesarios para la vida acuática sostenible. Al reducir el bombeo de aguas subterráneas, los suministros de aguas superficiales podrán mantener sus niveles, ya que se recargan con precipitaciones directas, escorrentías, etc.